Observando como caía la lluvia, repare en la silueta que emergía, toda ella altanera, entre las deformadas líneas que producía la precipitación en los cristales de la ventana de la habitación de enfrente. Yo frente a ella. Vi, o intuí como sólo la noche permite, que ella acariciaba en el frío vidrio sus rugosos pezones apuntadores, avanzadilla de sus firmes pechos que se enseñoreaban en su intolerable escultura... Mientras tanto, mi estado de ánimo fluctuaba entre la desazón que me producía la no-posesión, cuya grafía era el nudo que tenía en el bandullo, o no se si quizás más arriba o más abajo, y entre el deseo de posesión de aquella imagen que se instituía como cuerpo, que creaba un rostro... Después, vi, o intuí, otra vez..., que aquella femenina forma se cubría con un, conjeturo, albornoz. El albornoz...!!!, vaya nombre a priori tan poco, digamos, literario. Yo, que he escrito en muchos papeles y he llenado tantas hojas, no encuentro palabras nuevas para decir, de lo viejo, lo de siempre… Me encomendaré -con gran atrevimiento- a Goethe, cuando dice que contemplando (lo que sea),”... mirad el detalle y la cosa entera; nada está dentro ni nada está fuera, pues está lo de dentro también fuera. Captad, pues, enseguida y en un vuelo el sagrado y público secreto”. Conviniendo, pues, con ese despegue conceptual proclamo que sus idoneidades como elemento retórico van más allá de su estricta textilidad y, desde luego, de su literalidad. Así es si, pongamos por caso, yo asocio esa prenda que, seguro, sirve para envolver tu femenina y sedosa piel, mojada ya levemente, acariciándola con sus suaves rizos algodonados. Y es que se ha de saber mirar, es decir, ver lo que otros no ven, porque cuando se sabe mirar a uno puede ocurrírsele fácilmente cualquier cosa, incluso que tu albornoz desprenda una pulsión sensual convirtiéndose en una gran metáfora erótica, que deviene en un recurso de intensificación de las percepciones que manifiesta la intensidad del deseo, y que toma forma a través de efímeras líneas curvas, de ondulamientos y sinuosidades, de rugosidades y estiramientos, de volúmenes adaptables y maleables, de formas magmáticas en las que flotan cubos de hielo caliente y materias acuosas, naturaleza líquida . Así es como, mientras te adornas frente al espejo, sublime momento de admirarte, preciosa, la luz asciende desde tus pies hasta tus cabellos, dejando momentáneamente entrever a través de los pliegues del paño, la turgencia que envuelve tu forma delicada, tus erguidos pechos y la redondez de tus piernas que guardan pliegues sonrosados con puntillas negras. Sugiriendo, en definitiva, toda la ondulación de tu cuerpo que espera ser por mi agasajado, con mil caricias en formas varias. Tu femenina y sensual figura emerge en todo su esplendor, mientras la inerte masa rizada cae al suelo. Te diste la vuelta y con ojos brillantes descubriste los míos, esplendentes.
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