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El mar, del que paso de bañarme, me evoca, sin embargo, y no obstante, (o no…),  vete tu a saber!,  libertad, sensualidad, erotismo, aventura, placeres… y cosmopolitismo (aunque sea un rincón tercermundista  -en el que los pescadores se la menean con condón-   siempre intuyes la posibilidad de llegar hasta una boutique de Prada, o a un restaurante con ibérico y champagne francés (si eso es cosmopolita…!). En fin (y principio…)  La montaña, que me gusta  -en general-   es un lugar donde la tradición se enseñorea (no se si improductiva, o no) junto con lo identitario. Sí, ya sabemos que en  Cortina d’Ampezzo, Innsbruck, St. Moritz, Chamonix, Vaqueira, etc., el glamour intenta hacerse un hueco (y a veces lo consigue, todo sea dicho…) pero, básicamente, el olor a mierda de vaca, como la lana de la oveja, invaden los verdes valles y las “reservas naturales”. Por cierto, de las “naturales reservas” hablaremos otro día

 

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