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L’APLEC DEL CARGOL: UNA MIRADA ANTROPOLÓGICA

L’APLEC DEL CARGOL: UNA MIRADA  ANTROPOLÓGICA

Lo que sigue a continuación es una aproximación, desde la antropología, a uno de los acontecimientos socioculturales más importantes de la ciudad de Lleida desde los últimos, casi,  30 años.

Sobre la (in)pertinencia de esta elección, y justificándola de alguna manera, pienso que la antropología no sólo debe acercarse a los “segmentos conflictivos” de la sociedad, sino que tiene que tener in mente su viejo objeto de estudio: todos los aspectos de la vida diaria de las personas en sociedad. Evidentemente no se trata,  ahora,  de  las llamadas “sociedades primitivas”, sino de sociedades urbanas, entendidas éstas una vez superadas las dicotomías entre lo rural y lo urbano.

A los/as no versados/as en el tema les pido disculpas si no  sé trasmitir el mensaje adecuadamente, y a los que sí lo están que no esperen demasiadas concesiones al academicismo, ni a capillitas (a menudo, tan cómodo/as como estéril/es). Basta ya de interesarse más por las teorías sobre la gente, que de la gente misma.

El presente artículo arranca  -y comparte (parte)-  de un trabajo de curso1 sobre el evento, en el que la unidad de análisis lo constituye una de las collas participantes en el mismo, por lo que el estudio será, necesariamente, parcial aunque eso sí, sólo en relación con el conjunto. El enfoque teórico y metodológico entiende, desde una perspectiva relacional, que no debe aislarse el objeto de estudio del contexto social, económico y político con que el que interactua: así, sin obviar otras posibles problemáticas, incidiremos en las constantes redefiniciones identitarias y de adaptabilidad social

 

Los comienzos de la fiesta “coinciden” con la transición democrática. La victoria de CiU en Catalunya supone una nueva toma de posicionamiento identitario: Lleida puede perder su particular idiosincrasia -la leridanidad/lleidanidad-  frente a los aires homogeneizadores, o catalanizadores…,  que parece que soplan con fuerza (demasiada, quizás) desde Barcelona. Como se sabe, los procesos identitarios, sean de cualquier índole, suelen activarse y potenciarse en directa relación al grado de amenaza, real o imaginaria, que perciben.  En el “Parlamento” de  Lérida, en el desaparecido  -y añorado- Bar Frigo, unos lleidatans de soca i arrel sopesan la posiblidad de organizar  -y se organizó, con notable éxito- una jornada lúdico-gastronómica  centrada en torno a uno de los símbolos de la lleidanidat?, el caragol.  Desde el otro frente no faltaron criticas2 al aplec “del caracol”; desde que “no tenía nada que ver con Lleida”, “ni con Catalunya”(menos…), hasta que “eran comportamientos foráneos” (es decir, “españoles…”). Con el tiempo, aquel primer encuentro “gastronómico” de unos pocos amigos se convierte en todo un éxito con carácteres de  fenómeno sociológico3 que identifica a la ciudad de Lleida, desde sí misma, desde Catalunya y desde España. La lleidanidad se convierte en lleidatanisme y el caracol en cargol, y aquellos críticos de antaño hoy participan como miembros activos de algunas de las collas, algunas también denominadas peñas o penyas.

Los integrantes de la  colla analizada pertenecen, en su mayor parte, a un sector concreto de la sociedad de Lleida:  la pagesia de l’horta circundante. Aún a sabiendas de la obsolescencia en los análisis de las sociedades de las oposiciones rural-urbano, pero como quiera que parecen  pretenden  hacer  -de alguna forma y grado-  una trasposición, siquiera a nivel inconsciente, de las relaciones cotidianas  en las que desarrollan sus actividades, la identificación del grupo es más con las pautas de comportamiento propias, o atribuidas, al mundo rural  -otro de los rasgos diferenciadores de la identidad lleidatana-   y no tanto  “urbanita”,  pese a que la fiesta se desarrolla en el espacio urbano de una ciudad, y de que las interrelaciones de sus miembros  con ésta son intensas, hasta el punto de que algunos/as trabajan en profesiones  ajenas a la producción agraria. Es patente, también, el interés del grupo en querer afirmar algunos rasgos diferenciales, como la gastronomía, el beber con moderación,  la forma de entender la fiesta…, en definitiva, el seny català, frente a otras comunidades autónomas que celebran festejos similares. Hay ahí, a mi modo de ver, un deseo de identificarse igualmente con Catalunya.

 

El deseo de extrapolación del análisis al resto de collas, peñas y penyas es grande, pero no es posible sin el necesario estudio histórico-comparativo de todos los grupos (o de un número representativo).  Mientras, no obstante, y especulando a nivel intuitivo pero siempre desde lo que ya tenemos, es factible pensar, razonablemente, que todas las collas compartan el primer nivel   -así como un grado análogo-  de identificación con Lleida, incluso pasando por encima de la identidad grupal. Sin embargo, por lo que respecta a Catalunya, si bien puede existir identificación, variará el nivel y la intensidad en función de los  distintos intereses representados en todos y cada uno de los grupos, de tal  modo que, p. ej., en una colla, o peña,  en el que sus miembros pertenezcan al mismo tiempo a un partido político, barrio, gremio, casa regional, etc., es posible que éstas identidades se antepongan a  aquélla.

 

Pero, naturalmente, no debemos entender solamente l’Aplec  como una serie de microsociedades  poliidentitarias, sino también como un  gran acontecimiento lúdico en el que  -aún teniendo en cuenta el grado de performance4, que a buen seguro existe-  se manifiestan valores como la solidaridad y la tolerancia, así como un alto nivel de cordialidad,  signos de una sociabilidad elevada.

 

L’APLEC DEL CARGOL: REDEFINICIONES IDENTITARIAS

 

Es sabido que los procesos identitarios, sean de cualquier índole, suelen activarse y potenciarse en directa relación al grado de amenaza, real o imaginaria, que perciben: Lleida corría el riesgo de perder su particular idiosincrasia -la leridanidad/lleidanidad-  frente al homogeneizador vendaval que parece que soplaba desde Barcelona. Unos lleidatans de pedra picada valoran la viabilidad de organizar  una jornada lúdico-gastronómica  centrada en torno a uno de los símbolos de la lleidanidat?, el caragol.  Desde el otro frente no faltaron criticas al aplec “del caracol”; desde que “no tenía nada que ver con Lleida”, “ni con Catalunya”(menos…), hasta que “eran comportamientos foráneos” (es decir, “españoles…”). Con el tiempo, aquel primer encuentro “gastronómico” de unos pocos amigos se convierte en todo un éxito con caracteres de  fenómeno sociológico que identifica a la ciudad de Lleida, desde sí misma, desde Catalunya y desde España.

Repasaremos hoy la hemeroteca de aquellos años  fundacionales, y posteriores, para comprobar primero los postulados de unos, y segundo,  hasta que punto la fiesta no fue muy bien recibida, que digamos, por ciertos sectores del nacionalismo catalán.

 

En una entrevista que Manuel Molina le hace al desaparecido Manuel Calpe,5  este señala;  “La  Orden del Cargolnació para darle a Lleida la idea de mantener costumbres antiguas dentro del marco que la vida de hoy impone. Un maridaje entre lo antiguo y lo moderno, bajo el prisma del humor y del bien hacer ”. Y el entrevistador apostilla; “Pero con su miajita de mala intención” , a lo que Calpe responde; “No, hombre no”. Más adelante, Molina le pregunta por las iniciativas que se pretenden desarrollar, a lo que el entrevistado responde; “Por lo pronto darnos a conocer y decir que está abierta a todos los leridanos de nacimiento o adopción, naturalmente capital y provincia, que eso ni se discute. Luego potenciar la cocina leridana […]También potenciar todo aquello que redunda en una Lleida mejor y más agradable en todos sus aspectos”. A todo esto,  el periodista le espeta; “Oye, Calpe, que esto parece más bien un grupo de presión”, a lo que el alma mater de lo que con el tiempo devendría en la fiesta de Lleida por excelencia, l’ Aplec del Caragol, responde; “Que va…, lo que queremos es potenciar todo lo leridano”.

 

El  presidente del, por aquel entonces,  Grup de Recerca de Cultura Popular de Ponent, se congratulaba del nuevo rumbo que parecían tomar las fiestas; “Sembla que per fi, aquest any, tindrem en les Festes de Maig, alguns dels elements comuns a totes les Festes Majors d’arreu de Catalunya[…]per fi s’està al camí de cercar la nostra pròpia personalidad festiva dels lleidatans i defugir cada cop més de models foranis.[…] Massa temps hem passat ja mirant models de cultura no catalanes com una mena de manía de   rebuig no solament a lo barceloní, sinó també a lo bergadà, a lo penedenc, etc. […] Hem de felicitar, per començar, la disminució de la preséncia de majorettes, de xarangues, de la retreta paramilitar i demés actes, que fins ara desvirtuaven les bones intencions de fer una Festa  pels lleidatans”.   E instaba de alguna manera a que; “hi hagi una colla veritable de geganters a Lleida, promocionar que es crein més grups de grallers i diables a la ciutat, així com bastoners; animar potser a la creació d’una colla castellera;[…]donar la mesura exacta a l’ Aplec del Caragol, que no és l’unic acte de la Festa, com alguns creuen”.6

A todo esto, el obispo de la diócesis publicaba una pastoral titulada3 ¿Por qué no celebrar el mes de María..?7

 

Si bien cabe hablar de invención de la Fiesta, también hay que decir que es creada  a partir de elementos culturales preexistentes en la cultura local. De un lado, la tradición de celebrar caracoladas en la huerta, y aplecs como, p.ej., los de Butsenit y Grenyana.   Por otra parte, las peñas como señalan C. Feixa y A. Viana,8 “existien durant la II República”, siendo así, “una forma d’organització no del tot nova a les terres de Ponent”. No se entiende, pues, las acusaciones de  fiesta basada en “models de cultura no catalanes”. O, ¿es que acaso las tradiciones de Lleida no tienen el suficiente marchamo de catalanidad…? No expresaba una idea bien catalana Manolo Calpe cuando hablaba de  “maridaje entre lo antiguo y lo moderno”? La mezcla de tradición y modernidad. Justo una de las querencias preferidas del discurso del Jordi Pujol, Ex - President de la Generalitat de Catalunya.

La costumbre de regalar un libro por S. Jordi, fue instituida en 1923 por la Cámara Oficial del Libro de Barcelona para conmemorar, “coincidiendo” con la festividad del Patrón de Catalunya, el aniversario de la muerte de D. Miguel de Cervantes y nadie ha protestado, ni entonces ni ahora…

 

Toda esta discusión debe situarse en el contexto reseñado al inicio, ligado   -y en relación-   a la apropiación-explotación o, dicho de otra forma, la instrumentalización ideológica, de la “cultura popular” por parte del poder político.

 

 

 

Notas

1) En el marco de la asignatura de Antropología Urbana de la UdL, cuyo titular es el profesor C. Feixa, el trabajo se realizó en 1998, conjuntamente entre Núria  Borrell, Mercè Sieso, Rosa Tarroja, Carme Vall, Carme Zaragoza y el autor del presente artículo, José Luis Burón.

 

2) Sólo hace falta ojear la hemeroteca en aquellos años de finales de los 70 y principios de los 80, para cerciorarse de que la fiesta no fue muy bien recibida, que digamos, por ciertos sectores del nacionalismo catalán.

 

3) Y económico. Efectivamente, los datos de la edición de 1998, con 12 000 peñistas y 150 000 vistantes, de Catalunya y del resto del Estado, indican una relevancia económica de una importancia nada desdeñable. (Y que debe ser incorporado al análisis). En la pasada edición de 2008, 15 000 participantes y     más de 200 000 visitantes

 

4) Otra perspectiva interesante, que no tiene porque estar reñida, ni ser incompatible, con la que aquí se ha seguido, consistiría en escudriñar en el grado de interpretación, de teatralización, y de las interrelaciones insospechadas y, por ello, improvisadas, y que suelen ser efímeras,  que pueden establecerse (y que de hecho se establecen) entre todos los actores   -a nivel colectivo, pero también a nivel individual (más, si cabe…)-  participantes en el gran espectáculo que tiene lugar en todo el escenario público urbano donde se desarrolla l’Aplec del Cargol.

 

5) La Mañana, 10 de mayo de 1980 (p. 9). La “Orden del Cargol” organizó el Aplec…

6) Xavier Massot i Martí, Segre, 5 de mayo de 1985 (Cultura, Quadern nº 84).

7) Ramón Malla, Segre, 6 de mayo de 1984.

8) Segre, 19 de mayo de 2000.

 Nota final :el dibujo es original de Arturo Molero, ganador del I "Concurs Internacional d’Humor Gràfic Caragoler"

 

 

ÓJosé Luis Burón Alegre. Antropólogo y Master en Conflictología (UOC)

 

 

 

Esta noche debería presentarme, pero he decidido no hacerlo. Y no! No me ha llamado la de la lencería fina. No me quiero presentar... No digo que no lo haga en cualquier momento... Pero   hoy no puedo, porque yo ya no se ni si soy de los  nuestros... Estoy muy preocupado: he oido decir a un personaje de actualidad “personas humanas”. Yo tenía sobreentendido que por ser personas eramos humanos. Otra cosa es decir personas inhumanas!!! Otra de mis preocupaciones son los personajes de la estética de la gorra al revés. No lo puedo soportar!!  Es un insulto al glamour!! Y además, no es por nada!, pero suelen oler a “maderas de oriente” (es decir, a “fiemo”). Antes boina que gorra al revés!!!

Bueno, me acaban de llamar...  No! No es aquella... Es otra. Es exquisita, también... Me dejo llevar por su “smoth as silk”, por su lujuria, lascivia y concupiscencia..., aunque aquí no hay  gambas... hay pate de foie, mi cuit y foie con mombazillac de 6 años...  al final, cuerpos desmadejados al amanecer...

DE COMO SER UN BUEN CORTESANO, PASANDO POR LOS MANUALES DE BUENAS MANERAS, HASTA LAS REVISTAS FEMENINAS (Y III)

 

Decíamos al final del primer capítulo que, junto a los  manuales de etiqueta y protocolo para las nuevas élites políticas y profesionales, vuelven a estar de moda, en una especie de “remake” de aquellos manuales renacentistas y dieciochescos, los libros que enseñan a bien ser, a bien hacer  y a bien estar. De los manuales actuales no vamos a ocuparnos, dado que proponen asépticas series normativas que obstaculizan la especulación analítica. Sí hablaremos de las revistas de mujeres porque, salvando las distancias entre  El cortesano y Cosmopólitan, en  las actuales revistas femeninas dirigidas a las clases medias urbanas y profesionales también están presentes nociones contenidas en aquéllos manuales de antaño con lo que, de alguna forma, cumplen similar función social, eso sí, no tienen ni la frescura ni la sinceridad que destilaban los viejos manuales. Al contrario, a fuerza de sutiles se tornan insidiosas y, desde luego, vienen cargadas de publicidad explícita (el 50%), sin contar la implícita.

 

En el segundo capítulo, con  el código de la prudencia, comprobamos como la vida pública  va tomando un marcado cariz psicológico, que irá a más con el código del autocontrol, propio de contextos sociales igualitarios, en el que se expresa el refinamiento del proceso civilizatorio en tanto que auge de la autocoacción. En la “sociedad interiorizada”, los individuos organizan sus vidas  por medio de la educación de su subjetividad, magnitud estratégica del universo psicologista. Para saber como comportarse es necesario acudir a la introspección. El código del autocontrol se dirige a  la “autoescucha”, a la interpretación del deseo y a la normativización de la conducta.

 

Las revistas “de mujeres” ( pero que también leen los hombres…)   -Cosmopólitan, Elle, Woman, Marie Claire, Mujer21, Dunia, etc.-    además de conservar (y vehicular) la representación social de la desigualdad (sobre todo, a partir de la “diferenciación…” de género) entre hombres y mujeres, ofrecen  -desde esa perspectiva psicologista-   consejos para orientar la vida de las mujeres en relación al trabajo, a las relaciones amorosas, sexualidad, vida familiar, comida, salud, cuidados y belleza, etc. Así, definen modos de comportamiento que propugnan la vuelta de un nuevo romanticismo, aunque con distintos perfiles que en el siglo XIX. Interesa todo lo afectivo y sentimental. “Formar una familia que exhiba valores como la armonía”, “El amor eterno existe: sigue nuestras cinco fórmulas”, “Las mujeres tendemos a intimar más”, “Como trabajar y ser una madre estupenda: Michelle Pfeiffer nos lo cuenta”, “A los 30 mejor que nunca, eso sí, debes cuidarte y, sobre todo, tienes que creer en ti misma”, “Me he vuelto más femenina, más coqueta con los años. Procuro sacarle más partido a mi cuerpo”,  “Me preocupo y me cuido más que antes. Tomo comida sana, voy al gimnasio, me doy masajes…”.

Para estas revistas, el trabajo es el escenario de la tensión; la principal herramienta para manejarnos con las apariencias es la seguridad: “La seguridad es un perfume que la gente huele muy pronto. Aplícatelo diariamente”.  La seguridad,  material primordial para erigir identidades autosuficientes, se vincula a la capacidad en la toma de decisiones y con una ductilidad proteica (“Sé receptivo/a”). Todo este aplomo se relaciona con otra virtud, la resistencia, entendida más que como entereza como autocontrol: “Lo que interesa    es ser resistente, o sea, fuerte. Esta cualidad facilita que   controles tus emociones y por tanto tu trabajo”. El control se consigue trazando una diáfana línea, que no se debe traspasar, entre el contexto laboral y la vida privada: “No te conviene que vayas contando por ahí tus problemas personales, si lo haces estás llamando a la desconfianza para con tus capacidades”.  Además, como no podía ser de otra manera, se recomienda el autoescrutinio: “Lo  primordial es que analices el tipo de persona que eres realmente. Si te concentras en las virtudes principales de tu carácter edificarás el mejor yo posible”.  Realiza una evaluación objetiva de la situación... repasa las últimas reacciones que hayas tenido en tus relaciones laborales”. “Miedo, esperanza  ira, alegría,  tristeza, entusiasmo... Los sentimientos impregnan nuestra vida. ¡No huyas de tus emociones! Pero aprende a conocerlas y utilizarlas para llevar una vida más inteligente y  feliz.  Para  ello, debes  reconocer los propios sentimientos en el momento en que aparecen. Debes controlar tus emociones. Tienes que automotivarte y mantener el optimismo a pesar de las frustraciones. Tienes que sintonizar con los sentimientos ajenos, es decir, experimentar empatía. Debes comunicarte de modo eficaz en la vida diaria”.  “Ser ambiciosa no es nada malo. Decir que eres ambiciosa es afirmar que sabes lo que quieres. Hoy, la verdadera ambición consiste en saber, antes que nada, qué es el éxito para ti. Lo importante es que identifiques tus motivaciones y metas”. A continuación,  vinculan todo ello con la salud física y apostillan; “la hostilidad crónica no sólo revela una carencia en inteligencia emocional, sino que aumenta considerablemente el riesgo de enfermedades relacionadas con el estrés y hasta de un ataque cardiaco. Si no puedes contenerte, “canaliza  tus energías  hacia  algo positivo, hazte ecologista,  colabora  con  alguna  ONG”, “Si no eres feliz en tu trabajo, aprende a que te agrade. No hay trabajo desmoralizador, sino personas que se desmoralizan”. Esta especie de estoicismo revestido de psicologismo hace abstracción, de sueldo, del tipo de ocupación, del ambiente laboral, etc..  Lo curioso (o no tanto...),  es que hay mensajes en la línea de suavizar el rigorismo del autocontrol;  así, junto al  “márcate metas escalonadas, “apunta arriba  después de cada logro”, nos encontramos  con recomendaciones del tipo, “asegúrate de mantener una vida privada separada de tu trabajo”. De  ese modo,  la continua  recreación de la apariencia  es fuente de una profunda ansiedad...  Asimismo (y en la misma línea), en la insistente llamada a la responsabilidad reflexiva,  parece observarse una cierta relajación:  “Hay momentos en no te queda otro solución que aceptar las cosas tal como son”. A la demanda de construir la privacidad,  amortiguadora  de inquietudes y agobios del trabajo,  se le agrega el sugerimiento de adoptar actitudes pragmáticas ante lo que se nos escapa. En cuanto a lo tocante al sexo y las relaciones afectivas esas publicaciones, como no podía  ser de otra manera,  continúan en la misma tónica psicologista de tal modo que el sexo no constituye ya  tanto una materia de placer, sino de  reflexión:  la  inicial  recomendación  a  gozar  se  viene  abajo  ante el consejo, más insistente, de usar el tacto en los terrenos del placer. Así, la previa llamada a la espontaneidad, ese “ideal democrático”, se torna oscuro ante el rescate del principio tradicional de la desigualdad armónica; “ten tacto, no lo atosigues..., encaja sin mal humor la negativa de tu marido demasiado cansado...”.  La norma es el ajuste del deseo femenino al masculino bajo la paradoja  de la mudanza de los usos sociales. En relación al sexo fuera de la pareja, el “no a la promiscuidad”,  el “no a los mujeriegos”   y  el “no a los hombres casados”, viene argumentado de la forma siguiente; la moderna mujer profesional no debe desperdiciar su tiempo en la diversificación del placer. Las relaciones con promiscuos, mujeriegos y casados “atenta contra tu autoestima y tu orgullo. Recházalas.  Se trata  de  que realices una buena opción personal: alguien en quien confiar, un cómplice”.  De ese modo, esa especie  de psicologismo social  conductista que se contiene en esas revistas orienta a las mujeres     -y, al mismo tiempo, a los hombres...-     en el buen camino; el de la continuidad,  el  de  la certeza, en el de siempre...¿ Placer?,  bueno, pero “institucional...”.   Del placer polimorfo y trasgresor,  nada de nada. No contentas con todo esto, esas revistas relacionan la comida con el higienismo, la salud y el comportamiento;   “tus hábitos  alimenticios  dicen un montón de cosas de tu pasado, de tu organismo y de tu carácter”.  La  comida  no  es   una necesidad, ni un placer (“tómate un Bio-manan y reemplaza una comida...”).  Los estados de ánimo o el carácter se transmiten mediante la comida; “comemos cuando nos sentimos desdichadas/os, cuando nos vemos solas/os, faltas/os de cariño. La comida es nuestro refugio”. El código higiénico adquiere así una faz psicológica, pasando a formar parte de estos “regímenes  de la verdad” que tratan de domar la subjetividad:  “Se debe tener realmente el deseo de adelgazar”, “Hay que identificarse con la imagen mental que  se quiera llegar a tener.  Piense en ser esbelta/o y lo será”. Y cuidado!,  “los comedores reprimidos tienen vicios secretos; si tienes mono de comida deberías hacer caso de ese mensaje que tu cuerpo te manda. Es posible que estés  entrando en un proceso adictivo” (en términos parecidos se expresan algunas de las advertencias  en relación al  sexo...).  Una vez domeñados los sentimientos y la palabra, ahora toca ordenar el control gestual porque, de acuerdo con el precepto fetichizador de las apariencias, todo nuestro cuerpo habla de nosotros: “Nuestro carácter más íntimo  queda reflejado  en las posturas corporales y, por ello, es primordial ejercer un control total acerca de las actitudes que adoptemos cuando caminamos, nos paramos o inclusive estando sentados relajadamente”. No veo, que la intimidad sea, como podría parecer, el espacio de la libertad. Lean si no: “Si usted piensa que la etiqueta es aplicable sólo en eventos sociales, y que después, en su casa puede bajar la guardia o conducirse caprichosamente, está completamente equivocada”.  De lo que se trata,  pues, es de  reproducir en la esfera privada   -y por lo que parece, de forma más rigurosa-    los comportamientos que rigen en el espacio público.La vida entera, así, se convierte en una gran performance donde prevalece la “buena disposición”, una invitación a la prudencia y a la contención del espíritu y del cuerpo. En definitiva, ahora se nos exhorta a “reflexionar”  -en vez de disfrutar...-    sobre la cama y la mesa, sobre los grandes placeres. Y todo, con el fin de hacernos manejables socialmente, claro que nos dicen que,  así  “seremos libres...” .  Menuda paradoja! Los tres códigos analizados, el de la civilidad, el de la prudencia y el del autocontrol,  se inscriben en el progreso civilizatorio, pero mientras el primero intenta apartar al hombre de su animalidad, el segundo procura la sociabilidad, el tercero esconde la noción habermasiana de la “racionalidad deliberado–racional” orientada hacia el “éxito”, hacia el logro eficiente de los fines,  inmiscuyéndose gravemente en la racionalidad comunicativa y deformando, así, la realidad del “mundo de la vida”. 

 

 

 

ã José  Luís Buron Alegre

    

Bibliografía/Notas

Castiglione, B. El Cortesano. De. Bruguera. Barcelona.1972.AA.VV.  

Habermas y la modernidad. Cátedra. Madrid. 1988. 

Saavedra Fajardo, D. de. Empresas políticas. Planeta. Barcelona. 1988. 

Para algunos aspectos de los manuales de civilidad, me ha sido útil el artículo de Helena Bejar, “La ordenación de los placeres. Civilización, sociabilidad y autocontrol”; en, Los Placeres. Éxtasis, prohibición y templanza (edición a cargo de Enrique Gil Calvo). Tusquets editores. Barcelona.1992. En relación a las revistas “de mujeres”, o “femeninas”, mi interés    -que venia de tiempo atrás-   me lleva a realizar un ensayo/tesis doctoral (en ello estoy), del que algunas partes y aspectos se han volcado aquí.

 

 

 

DE CÓMO SER UN BUEN CORTESANO, PASANDO POR LOS MANUALES DE BUENAS MANERAS, HASTA LAS REVISTAS FEMENINAS. ( II )

Continuamos con la temática del capítulo anterior, es decir, analizando  los  manuales de comportamiento; el código de la civilidad: éste, pretende enmendar a la naturaleza, apartar al hombre de su animalidad  para aproximarle a lo humano.  Se busca educar a la humanidad en sus conductas públicas. Con tal finalidad se pide decoro y compostura, disposiciones que manifiestan “respeto y excelencia” para nuestros semejantes y que deben reflejarse en todos nuestros actos. Así, Giovanni Della Casa, en El Galateo (Tratado de costumbres), invita al “hombre cortés  y de buenas costumbres” a comer con los “cubiertos de mesa”, norma que hace extensible a cualquiera que se disponga a vivir, no en las soledades, “sino en las ciudades y entre los hombres”, signo inequívoco de que el código de la civilidad traspasa los muros de los palacios, extendiéndose por todos los ámbitos sociales. Hasta Erasmo de Rótterdam, en De la urbanidad en las maneras de los niños, aconseja que no se meta mano en “todas las regiones de la fuente” porque es signo de intemperancia, al igual que desaconseja (porque “no es elegante”) arrojar “fuera de las fauces” los alimentos previamente mascados. Este mismo autor señala en dicha obra la improcedencia de “escamondar la cáscara del huevo con las uñas de los dedos”, menos aún entremetiendo la lengua; con un cuchillo “se hace más decorosamente”. En definitiva, conductas antes consideradas usuales como comer con las manos y limpiarse con el antebrazo (o no limpiarse…) escupir en el suelo y taparlo con el pie, “amenizar” los banquetes  con sonoros eructos y hediondas ventosidades,  recibir a las visitas haciendo las necesidades o dándose lavativas, o disfrutar de los placeres del lecho con estentóreo jadeo y desaforado  griterío, van dando paso al sentimiento del ridículo, así como al  de embarazo y vergüenza,  ligados éstos últimos a la decencia.El proceso civilizatorio conlleva otro, el de la individualización, tanto en la singularización de la conducta como en la gradual separación entre las personas, expresada de forma física y simbólica, en el deleite de los placeres    -otra vez…-   de la mesa. Así, a la moderación y a la proporción que deben observar los comensales, se unen  nuevamente las  recomendaciones de Erasmo, que pide que “no se den molestias ni con  el codo ni con el pie” o la proscripción, por la que aboga  Della Casa,  de beber y comer en vaso y plato ajeno.La separación  se advierte en el control gestual, atributo de cualidades morales; otra vez Erasmo nos indica que “inclinar la cerviz y encoger las clavículas” es signo de desidia, y que “echar para atrás el cuerpo” es asomo de soberbia. Con todo, es en el control de la expresión donde más abiertamente se evidencia esta separación. No es productivo para el hombre civilizado perorar sobre sí,  ni interrumpir al otro, ni fisgonear en libro extraño. Provechoso es, en cambio, servirse de ambages y elocuencias que expresen el tacto y el distanciamiento que va imponiéndose en la relación. Se aconseja no ser arrogante, no aburrir ni ser cargante. El respeto al otro es, invariablemente, lo que justifica tales barreras. Este guardar las distancias no implica congojas ni miedos. Aún no. La “construcción” del imperio de la máscara sigue su curso. Tras el de la civilidad, ahora le corresponde el turno al código de la politesse, o como prefiere llamarle Helena Béjar, de laprudencia política”. Igual que sucedía con el de la civilidad, el código de la prudencia, es una apariencia de virtud  cuyo papel interpreta la nobleza cortesana (ahora palaciega). En “Caracteres”, del crítico La Bruyère, se define a la politesse  como  aquello  que consiste en “hacer parecer al hombre por fuera como debiera ser interiormente”, y en “poner cierto cuidado para que, gracias a nuestras palabras y nuestras maneras, los otros estén contentos con nosotros y consigo mismos”. Sí antes se trataba de defender normas y prohibiciones por la presencia de seres externos, de una coacción que la presencia del prójimo impone  y que obedece al razonamiento social del “respeto a los otros”, desde ahora se sustituye por un procedimiento de observación psicológica. Así, el tacto ya no  alude tanto a la distancia entre los comensales, sino que expresa la creciente rigidez de la norma social, sujeta a la evaluación de la opinión. Estamos en los siglos del barroco; el XVII (particularmente) y el XVIII,  y el escenario donde tiene lugar este juego psicológico es la corte, espacio de la experiencia total, el ámbito del goce y del solaz, pero también el terreno donde se puede medrar.La época barroca significa, sintetizando en extremo, un momento trascendental de cambio social; la transición del feudalismo al capitalismo, lo que supondrá el abandono de un mundo, el Antiguo Régimen y el acceder a otro nuevo, el Moderno. Evidentemente, esta gran  mudanza no estará exenta de grandes tensiones y profundas crisis sociales. Y,  lo que se ha dado en llamar hombre moderno, empieza a ser consciente de que las cosas no van nada bien. Más aún,  comienza a especular con que podrían ir  mucho mejor. Esa conciencia de malestar y de profundo pesimismo antropológico, se refuerza en los períodos  en  los que se manifiestan con mayor virulencia las  disfunciones sociales, conflictividad probablemente producida, en parte, por la presión de la intervención, bajo nuevos patrones de actuación, de esos mismos individuos  con nuevas aspiraciones, ideales, creencias, etc. que, en un nuevo entramado de relaciones económicas,  ejercen sobre el  marco social. Así, pues, y en tal contexto,  son varios los autores que, siguiendo la estela de los manuales renacentistas   -pero, naturalmente, desde la perspectiva barroca-  de  educación de príncipes,  escribieron con la intención de contribuir al buen gobierno. En España, uno de los destacados fue Diego de Saavedra  Fajardo; en sus Empresas políticas, se observa que una de sus mayores preocupaciones es la de que el príncipe, como si de un actor ante sus espectadores se tratase, represente a la perfección su papel, dando a entender, por su indumentaria y sus actos, la trascendencia del ejercicio de su ministerio. Así, recomienda que el príncipe “debe cuidar intensamente su presencia ante el público, debe mostrarse ante él, aunque no con exceso, debe dejarse ver con absoluta prestancia y total dignidad y desde lejos”. Hay ahí una extrema preocupación por el artificio, sobre todo por lo visual; los engaños,  la apariencia y la invención, tan íntimamente unidos a la cultura barroca, bien sea en la arquitectura, como en la plástica, la poesía, novela o teatro, se revelan en todo su vigoroso  efectismo en esta obra,  ejerciendo  eficazmente como principio fundamental en la instrucción ascético-moral que conforma toda la Idea de un príncipe político-cristiano con lo que, al final, las Empresas no son sino un manual de representación para el príncipe en el “gran teatro del mundo” cuyo destinatario es, en esta ocasión, el príncipe Baltasar Carlos. Pero, llega  Gracián y el saber político adquiere una nueva dimensión. Efectivamente, el nuevo significado que parece desprenderse de “lo político” en la obra de Baltasar Gracián admite el poder hablar de “política de cada uno”, identificándose con el saber práctico del hombre,  de tal forma que sus escritos son interpretables como manuales que instruyen en el  “saber vivir”; “arte de vida” que no sólo es “arte de política”. Así, el aragonés Gracián, que escribió numerosas obras     -que no se pueden despachar ni en uno ni en tres artículos  (ni siquiera en un único ensayo…)-    democratiza en el Oráculo manual y arte de la prudencia la moral aristocrática, dejando los preceptos de la alta política al alcance de todo aquél que desee triunfar en la vida social: “Es esencial el método para poder y saber vivir”. Para conducirse en el universo cortesano son necesarias tres reglas; la primera, estudiar el arte de la observación  del prójimo: “Es menester tener estudiados los sujetos como a los libros”. La segunda, inferida de la primera, consiste  en el arte de la manipulación merced al correcto escrutinio de las pasiones ajenas. La tercera, está basada en el control de los  propios afectos, el código de la prudencia insiste en  una conducta racional que modere las pasiones, “portillos del alma”  que pueden desbaratar la adecuada presentación en la estricta regularidad de la corte. La idiosincrasia es inherente a las apariencias, por eso éstas deben estar bajo severo control con el fin de enmascarar aquélla. Se entiende así la importancia social del artificio. Con  el código de la prudencia comprobamos, pues, como la vida pública  va tomando un marcado cariz psicológico, que irá a más con el código del autocontrol        -propio de contextos sociales igualitarios-   iniciado al final de la Ilustración, que recorre el s. XIX y llega hasta nuestro días.

ãJosé  Luís Buron Alegre

DE CÓMO SER UN BUEN CORTESANO, PASANDO POR LOS MANUALES DE BUENAS MANERAS, HASTA LAS REVISTAS FEMENINAS. ( I )

En la larga marcha hacia la civilización, proceso histórico que corre paralelo a los de la privacidad e individualidad, las sociedades inician  la coacción de lo placentero  a través del tapado vergonzante de naturales funciones fisiológicas tales como escupir, defecar, etc. y, sobre todo, comer y fornicar, los dos grandes placeres.Con el tiempo,  la humanidad incorpora a su psique la separación entre las actividades socialmente aceptadas (lo público) y las que  conviene ocultar de la  observación ajena (lo intimo y/o privado) de tal modo que lo que antes constituyeron placeres compartidos en público, se convierten en prácticas (o vicios…) en la intimidad.En ese proceso coercitivo del instinto y de la espontaneidad son varios los sucesivos códigos encargados de defender y/o  legitimar  las coacciones, y cada uno de ellos se apoya en razonamientos que explican, de forma implícita y/o explícita, el porqué del colosal embate contra lo vehemente, las “malas” costumbres y contra el placer, ese “flujo disolvente del orden social” (según los puritanos).Uno de los más conocidos e importantes manuales de comportamiento/código de civilidad, es   -junto con otros-   El Cortesano, editado en Venecia en 1528, en pleno Renacimiento. El pensamiento renacentista contiene  -además de otras muchas más cosas-  elementos de crítica a las viejas instituciones y privilegios; la idea de proclamar la verdadera nobleza nacida no ya de la pureza de sangre, sino de la virtú, de la trabajosa conquista  por el hombre de su propia capacidad para ser por sí mismo. Exalta la humanidad libre: reivindicación de una mundanidad necesaria para la plenitud de la vida terrenal. En definitiva, la nueva  cosmovisión desea intervenir, y penetrar (y lo hace) en la conciencia de la sociedad de su tiempo, y tiene finalidades concretas y mundanas.Desde luego, en la práctica, la virtú, el ideal renacentista no era nada fácil          -como todos los ideales-  de alcanzar; no obstante, el tan buscado equilibrio entre las aptitudes del cuerpo y del espíritu propició la formación de una compleja personalidad en la que menudeaba  la actividad polifacética.  

Baltasar de Castiglione y “El Cortesano”

Antes de adentrarnos en la obra, conviene conocer al autor y más, como es el caso, si él  mismo encarna el prototipo del perfecto cortesano,  personaje central de su obra.Nació Castiglione finalizando 1478, en Casatico, cerca de Mantua, en el seno de una noble familia. Comenzó sus estudios en Milán, donde aprendió lenguas clásicas. Allí,  en la corte de Ludovico Sforza, duque de Milán (al que sirvió) adquirió vastos conocimientos de las artes caballerescas. Más tarde, conoció al duque Guidobaldo de Montefeltro el cual le invitó a ir  a su corte de Urbino, entrando a su servicio en 1504. La  pequeña corte de Urbino era  considerada la más elegante y refinada de Italia, paradigma de la gentileza y de la cortesía. Fue aquí donde  -perfeccionando su educación mundana,  junto a la duquesa Isabel Gonzaga y a la cuñada de ésta, la perspicaz e ingeniosa Emilia Pía-   transcurrió la etapa más feliz de su vida y que, después, evocaría con nostalgia en El cortesano. En la obra de Baltasar de Castiglione, código de civilidad, se plasma la tensión de la transición del  mundo feudal    -en el que impera la espontaneidad, lo sentimentalmente excesivo y la violencia sistemática-   al cortesano, preludio de la  modernidad. En ella, se  defiende normas y prohibiciones por la presencia de seres externos. El domeñar a los placeres obedece al razonamiento social del “respeto a los otros”, de una coacción que la presencia del prójimo impone ya que el programa de la civilidad pretende educar en la exterioridad, en los comportamientos públicos. Asimismo, nos permite una aproximación a la sociabilidad ingenua de las primeras cortes,  en las que la clave de la sociabilidad  civilizada es el dualismo exterior–interior.En la obra no sólo se enuncian las cualidades con las que debe adornarse el perfecto cortesano, es decir, un caballero sumamente culto y refinado, sino también las de la perfecta dama y el perfecto príncipe.

En el cortesano se dará un perfecto equilibrio entre pensamiento y acción, siendo a la vez un experimentado hombre de armas y, también, en todas las disciplinas de la mente, de manera que brille de igual forma en los campos de batalla  que en los salones de la corte. Así, en él se reunirán tres factores primordiales: armas, letras y artes.

Dado que el autor otorga cierta preferencia al ejercicio de las armas, y puesto que los aspectos que  interesan  son otros, dejaremos de lado aquellos para centrarnos en éstos.El cortesano debe tener gentileza, nobleza y gracia.  Ser  bondadoso. Estar  versado en el tema de la caza,  juegos, natación, etc.   Debe imitar a los buenos maestros, rehusar la afectación en todo, principalmente en el lenguaje pero también con la mujer. Instruido en letras, tendrá nociones de latín y griego. Sabrá de música y conocerá las artes plásticas, especialmente la pintura. Tiene que ser prudente y cauteloso, y poseer el don de la oportunidad  para con sus actos y discursos, y ser gentil y amable en sus conversaciones. Debe cuidar su manera de vestir, y no ser servil con las modas. Allí donde fuere se procurará buena fama y opinión,  y evitará  toda licencia y grosería; no será glotón, ni bebedor, ni disoluto. No debe creerse   -ni hacerse-  el gracioso; en las burlas será discreto: se pueden hacer  gracias y  excitar la risa siempre que se evite la obscenidad y la irreligiosidad, principalmente cuando intervienen mujeres, ya que se debe “cuidar mucho de todo lo que puede tocar a la honestidad”( se refiere a las burlas y artificios en el amor, y de la nobleza y dignidad de las damas). Éstas, deberán ser afables, discretas, magnánimas,  prudentes,  modestas y honestas de actos y palabras, y del tipo de ejercicios del cuerpo y del alma que son más indicados para la dama.Por lo que respecta a las relaciones amorosas, y como no podía ser de otra forma,  se señalan los peligros   -que deben evitarse-  del amor sensual en aras del amor racional: “El freno de la razón corrige la malicia del sentido”. Una frase de la obra que expresa muy bien la  gran mudanza de las costumbres, del ajuste emocional  y del placer, ante el empuje civilizatorio.Y es que parece ser que lo civilizatorio, lo económico, va unido a aspectos substancialmente utilitarios como la cortesía, o las técnicas que “facilitan la vida”; es decir, reglamentación de las conductas individuales y colectivas. No en vano, es en el Renacimiento cuando se editan   -para “civilizar”-  estos códigos de autocontrol, manuales de comportamiento. Si la idea de progreso, necesaria para dar salida al capitalismo industrial es un producto de la Ilustración (“hija” del Renacimiento), la expansión del comercio mercantilista que lo hizo posible se generó con éste.Ya en la Ilustración,  tenemos  Caracteres y, principalmente, El Oráculo, del aragonés  Baltasar  Gracián (por cierto, uno de los libros más vendidos en los EE.UU. en 1992, y  presente en sus más selectas mesitas de noche…).  Así que, junto a los  manuales de etiqueta y protocolo para las nuevas élites políticas y profesionales, vuelven a estar de moda, en una especie de “remake”, de aquellos manuales renacentistas y dieciochescos, los libros que enseñan a bien ser, a bien hacer  y a bien estar.  Nociones también presentes en  las actuales revistas femeninas dirigidas a las clases medias urbanas y profesionales erigiéndose, por tanto, en adecuados sustitutos de aquellos. 

ãJosé Luis Buron Alegre

La amistad es una forma de esclavitud, el amor una equivocación (prefiero equivocarme…)

Ellas también pueden tener miedo a los hombres inteligentes…, Ellas también pueden tener miedo al compromiso…, Ellas también son susceptibles de temer a un hombre insultantemente seguro de sí mismo...

Momentos Femeninos

"Estoy en un momento emocional bajo…, y soy muy sensible… . No. Por favor…!” (excusas que ellas dan antes…).  "Me pillaste en un momento emocional bajo…", (justificaciones que ellas ofrecen, después…).  Mucho progresismo, mucha emancipación, mucha modernidad (y post), mucha liberación…, pero… . Si ellos nunca llaman después…, ellas nunca llaman antes…  Y así, es difícil encontrarse…